Roberto A.
Zárate Córdova
Hace algunos días, caminando
hacia el metro Potrero con los afanes del naufrago pero sin angustia ni
congoja, sucedió: una nueva vuelta de tuerca.
Ilusionado
ingrese en “Las Delicias de Amanda” esperando reincorporarme al mundo de los
vivos cuando una esbelta y agraciada damita manotea y resopla. Los seres
humanos somos “frágil brizna en las olas del tiempo”, me repetí para no inmolar
mi ego ante el escollo que representaba tal situación.
Sin
embargo, ella estaba en la barra y yo anhelaba alguna especie nutritiva del tacus placerus pues, al fin proyectista,
importaba más el resultado que la explicación de la causa. No resistí más y
Odiseo fue mi adjetivo en el Mar de los De Suadero.
En el
arribo a la barra no capte el tono emocional de la afirmación: “usted fue mi profesor”.
Pero pude percibir a la mujer madura que acompañaba a la sirena y la ternura con
la cual se dirigía a esta. Después me enteraría que la delicadeza en el trato y
la adhesión a los aspavientos de la joven eran justificadas.
El anhelo dirigía
mis actos --campechanos con original y copia, por favor--. Y espere la
materialización de la “tabla de
especificaciones” de mi diseño…y solo entonces el gesto nariz-mano me rebelo la
identidad de la joven.
Era ella.
Aquella delgadita y dulce alumna cuyo cumplimiento de tareas se determinaba en
función del avance en la relación con el amigo, el prospecto o del novio que
llegaba y permanecía en el salón como uno más del grupo. Sí, su mohín confirmo
mi intuición.
La madre
observaba aquella plática de amigos, ocasionalmente intervenía para aprobar o
suavizar el tinte emocional adherido a las afirmaciones de la hija y sopesar el
verdadero sentido de la relación que ahora se revelaba. Creo que por ello con
la mirada dirigida a mí, en una ocasión, pareció decir “gracias”. Todo esto a
pesar de que hacía tiempo había concluido su correspondiente vianda.
Después la
mujer gesticulo en relación a la necesidad de retomar el camino. Mi exalumna se
despidió de mano y abrazo. Yo permanecí un tiempo más.
Hace
tiempo como profesional de la enseñanza he iniciado la transición de la forma
de evaluación tradicional a otra nueva. Es un cambio errático, con dudas y
problemas pues no es fácil abandonar ciertas prácticas tradicionales pero, a
momentos, el resultado es grato y tiene recompensas emocionales e intelectuales
¿Verdad?
En la
lejana fecha del 2008 todavía con certeza establecía el nivel de desempeño
escudriñando matemáticamente el aprovechamiento por el número de aprobados, el
promedio numérico de las calificaciones obtenidas por los jóvenes aprendices y
esto lo contrastaba con el resultado obtenido en el cuestionario de evaluación
docente. El resultado era según esto mi evaluación.
Ya no más.
Ahora mismo he narrado parte del distinto procedimiento de evaluación que estoy
ensayando aunque he de advertir que no proporciona todavía puntos en la lista
jerarquizada pero aun así lo pongo a consideración.
En efecto,
el parámetro que uso es el siguiente: la falta
de saludo de un (a) ex alumno (a) equivale a un muy mal curso; un saludo lejano y frio significa que fue un mal curso; el saludo cercano y cortes
pero emocionalmente distante representa
una clase regular mientras que el tratamiento
que anteriormente te he narrado apunta a un buen
desempeño y, por último, una grata conversación a modo de buenos amigos que se reencuentran
expresaría un muy buen curso. Esto
último todavía no logro obtenerlo pero ando en ello y anhelo pronto
conseguirlo.
Sin
embargo, todavía no logro entender con claridad algunos datos adicionales tales
como el incremento en el volumen de la dotación de mi segunda ronda por parte
del ahora amistoso taquero quien no sé si de este modo mostraba su propia
conclusión al evaluar la plática.
Fin de curso en el Taller de Diseño Ambiental |
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