4/15/2014

Reforma Educativa



Homenaje a José Revueltas









Beatriz Escalante conversa con estudiantes del plantel Vallejo del CCH






Laura Esquivel conversa con estudiantes del plantel Vallejo del CCH










¡Esos patos locos! Les comparto una estrategia para practicar la lectura en clase, que elaboré para el más reciente módulo del diplomado en el que participo.

Cómo sorber el tuétano a un texto
NOÉ AGUDO

El propósito principal de esta estrategia de lectura consiste en a): identificar las partes de un texto mediante la comprensión de las afirmaciones, datos, historias, anécdotas y ejemplos que lo componen; para b): facilitar una comprensión lo más plena posible del mismo, y c): asimilar así de forma cabal y eficaz su contenido. Deberá ser un texto breve, que se pueda trabajar en una sesión no mayor de 45 minutos, incluyendo comentarios, explicaciones o aclaraciones que el grupo puede plantear.
    Es una actividad que nos permite adiestrar a los estudiantes para pasar de ser un “espectador empírico” a un “espectador crítico”. Por el contenido del texto, se espera sensibilizarlos en torno a la importancia de la lectura; saber cómo reconocer autores, propuesta y métodos para incrementar el interés por esta actividad fundamental en su formación; la actividad les permitirá también desarrollar una habilidad fundamental en sus estudios, que es saber puntuar un texto; les ofrecerá además un primer acercamiento con un género textual que deberán conocer, leer y practicar constantemente; y los guiará en el ejercicio de otra actividad fundamental en sus estudios: saber resumir un texto. De paso, aprenderán a reconocer y dar el crédito obligado a las fuentes que empleen en todo trabajo escolar.  
     Es una actividad en la cual todos participan, unos de manera más activa y otros en menor medida, pero el grupo completo se involucra al  seguir la lectura que diferentes alumnos harán en voz alta, al registrar los pasos para facilitar la comprensión del texto que el profesor irá anotando sobre el pizarrón, y al realizar un trabajo para evaluar la actividad. Incluye los siguientes pasos:
1.      Al iniciar la sesión, el profesor proporcionará a todos los alumnos fotocopias del texto.
2.      Indicará que numeren los párrafos, previo a la lectura en voz alta.
3.      Antes de iniciar la lectura, invitará a los alumnos a que pregunten −al finalizar cada párrafo− las palabras, expresiones o ideas que no hayan quedado suficientemente claras.
4.      Solicitará voluntarios para leer un párrafo a la vez.
5.      Simultáneo a la lectura, el profesor anotará en el pizarrón las ideas centrales de cada párrafo.


PÁRRAFO A PÁRRAFO

NOTA: El texto que emplée para esta estrategia es “Contagios de lector a lector” del libro Dinero para la cultura, de Gabriel Zaid, pp.91-95. México, 2013, Edit. Debate. El punteo lo hice en power point con el fin de ilustrar mi exposición.
En esta parte de la actividad algunos alumnos leerán uno a uno el texto en voz alta, y el profesor va anotando en el pizarrón lo esencial de cada párrafo (los alumnos aprenden así a puntear un texto). Al finalizar la lectura los alumnos tienen lo esencial del artículo o capítulo leído, párrafo a párrafo, por lo cual pueden escribir a partir de esas notas un nuevo texto. Éste será un buen resumen de lo que han leído.

Tarea para hacer en casa y evaluar:

Al finalizar la lectura, el profesor indicará que a partir de las notas con que se ha identificado cada párrafo los alumnos escribirán un texto, no mayor de diez líneas, en el que resumirán el contenido del artículo. Para apoyarse pueden leer el texto cuantas veces quieran, pues el resumen queda como tarea para la clase siguiente. Practican así la habilidad de resumir un texto y aprenden a darle coherencia a una serie de notas que sólo existen en forma de enunciados breves.

Cierre de la sesión:     
Antes de concluir la clase, el profesor preguntará si alguien conoce qué tipo de texto es el que se ha leído. Considerará algunas intervenciones, haciendo notar que no se trata de una novela, cuento o poema, e informará que en la siguiente clase se verán los géneros textuales para que los alumnos puedan identificar por sí mismos qué tipo es.
    Para cerrar la sesión, el profesor proporcionará los datos (autor, título, libro, lugar y año de edición, número de páginas, etc.) con los que convencionalmente se identifica la fuente, para que los alumnos los anoten en la página en blanco de sus copias. Aprenden así  a identificar los datos de la fuente; advierten la importancia de reconocer el trabajo de los autores leídos, y se inician en la elaboración de una ficha bibliográfica.

    Y así es como le sorbemos el tuétano a un texto, es decir, logramos varios aprendizajes, aparte de lo que los alumnos puedan apreciar del contenido, pues por la circunstancia de ser estudiantes es altamente recomendable para su formación.

Un saludo…una evaluación

Roberto A. Zárate Córdova
Hace algunos días, caminando hacia el metro Potrero con los afanes del naufrago pero sin angustia ni congoja, sucedió: una nueva vuelta de tuerca.
Ilusionado ingrese en “Las Delicias de Amanda” esperando reincorporarme al mundo de los vivos cuando una esbelta y agraciada damita manotea y resopla. Los seres humanos somos “frágil brizna en las olas del tiempo”, me repetí para no inmolar mi ego ante el escollo que representaba tal situación.
Sin embargo, ella estaba en la barra y yo anhelaba alguna especie nutritiva del tacus placerus pues, al fin proyectista, importaba más el resultado que la explicación de la causa. No resistí más y Odiseo fue mi adjetivo en el Mar de los De Suadero.
En el arribo a la barra no capte el tono emocional de la afirmación: “usted fue mi profesor”. Pero pude percibir a la mujer madura que acompañaba a la sirena y la ternura con la cual se dirigía a esta. Después me enteraría que la delicadeza en el trato y la adhesión a los aspavientos de la joven eran justificadas.
El anhelo dirigía mis actos --campechanos con original y copia, por favor--. Y espere la materialización de la  “tabla de especificaciones” de mi diseño…y solo entonces el gesto nariz-mano me rebelo la identidad de la joven.
Era ella. Aquella delgadita y dulce alumna cuyo cumplimiento de tareas se determinaba en función del avance en la relación con el amigo, el prospecto o del novio que llegaba y permanecía en el salón como uno más del grupo. Sí, su mohín confirmo mi intuición.
Los tres platicamos, cotorreamos acerca del avance en los estudios, de los ‘consejos del abuelo’ y los sucesos entre los estudiantes naucalpenses y los químicos quienes no dejaron que aquellos tomaran las instalaciones de su facultad en “CU”. También nos inconformamos por la toma de la Dirección General del Colegio y con asombro conocimos los detalles en voz de quien en su vida escolar pasada no daba muestras de interés político alguno.
La madre observaba aquella plática de amigos, ocasionalmente intervenía para aprobar o suavizar el tinte emocional adherido a las afirmaciones de la hija y sopesar el verdadero sentido de la relación que ahora se revelaba. Creo que por ello con la mirada dirigida a mí, en una ocasión, pareció decir “gracias”. Todo esto a pesar de que hacía tiempo había concluido su correspondiente vianda.
Después la mujer gesticulo en relación a la necesidad de retomar el camino. Mi exalumna se despidió de mano y abrazo. Yo permanecí un tiempo más.
Hace tiempo como profesional de la enseñanza he iniciado la transición de la forma de evaluación tradicional a otra nueva. Es un cambio errático, con dudas y problemas pues no es fácil abandonar ciertas prácticas tradicionales pero, a momentos, el resultado es grato y tiene recompensas emocionales e intelectuales ¿Verdad?
En la lejana fecha del 2008 todavía con certeza establecía el nivel de desempeño escudriñando matemáticamente el aprovechamiento por el número de aprobados, el promedio numérico de las calificaciones obtenidas por los jóvenes aprendices y esto lo contrastaba con el resultado obtenido en el cuestionario de evaluación docente. El resultado era según esto mi evaluación.
Ya no más. Ahora mismo he narrado parte del distinto procedimiento de evaluación que estoy ensayando aunque he de advertir que no proporciona todavía puntos en la lista jerarquizada pero aun así lo pongo a consideración.
En efecto, el parámetro que uso es el siguiente: la falta de saludo de un (a) ex alumno (a) equivale a un muy mal curso; un saludo lejano y frio significa que fue un mal curso; el saludo cercano y cortes pero emocionalmente distante representa una clase regular mientras que el tratamiento que anteriormente te he narrado apunta a un buen desempeño y, por último, una grata conversación a modo de buenos amigos que se reencuentran expresaría un muy buen curso. Esto último todavía no logro obtenerlo pero ando en ello y anhelo pronto conseguirlo.
Sin embargo, todavía no logro entender con claridad algunos datos adicionales tales como el incremento en el volumen de la dotación de mi segunda ronda por parte del ahora amistoso taquero quien no sé si de este modo mostraba su propia conclusión al evaluar  la plática.
Fin de curso en el Taller de Diseño Ambiental

Mi maestra


Para Verónica, Enriqueta, Isauro y Javier
A veces sin saber realizamos actos cuyas consecuencias marcan nuestra vida y la de los demás. No me refiero a los intencionales, estos no guardan mayor misterio; pienso en los que cometemos con displicencia, casi con inocencia, y por eso tal vez sus efectos son mayores; como los que un niño provocaría si abriera las compuertas de una presa a punto de reventar.
    Íbamos en el sexto año de primaria. Ese día nos llevaron a ver Platero y yo, una versión dramatizada de la novela de Juan Ramón Jiménez, que se presentaba en el Teatro de las Bellas Artes. Luego de sorprendernos de cómo podían meter un borrico en escenario tan elegante, dos compañeros y yo decidimos escabullirnos del teatro al terminar la obra, e impulsados por una auténtica curiosidad cruzar la avenida para subir la Torre Latinoamericana y contemplar la ciudad desde sus alturas. Nunca previmos lo que esta acción provocaría, sobre todo cuando íbamos bajo la responsabilidad de nuestra maestra, en un autobús especial en el que debíamos regresar a la escuela, donde seguramente se pasaría lista y sólo entonces nos permitirían partir.
     Al día siguiente la maestra fue requerida por la directora. Estuvo con ella unos minutos, y luego salió cabizbaja, llorosa y acongojada. Supimos que esto tenía que ver con nosotros cuandotambién fuimos llamados. La directora nos miró a los tres y dijo muy enojada: “¿Así que ustedes fueron los que se escaparon ayer? ¡Muy graciosos! Mandaré llamar a sus padres, pediré su expulsión y por lo pronto se quedan de pie en ese rincón, sin recreo”. Indiferentes como éramos a esa edad, no nos preocupó en lo absoluto la expulsión ni quedarnos sin recreo, pero yo sentí pena por la maestra. Sabía que responsabilizarla de nuestra acción era injusto, más aún la reprensión, y ella, a cambio, nada nos dijo ni mucho menos nos regañó. Es más doloroso para un culpable el perdón que se otorga en silencio y sin ningún reproche.
    No bien habían transcurrido ni dos semanas, cuando un día me avisaron que debería acompañar a la directora. Subimos a su coche y por el camino me informó que yo participaría en un concurso de oratoria. Ese día se realizaba la eliminatoria para los colegios de la zona. Por descuido u olvido ella no había indicado a los profesores organizarel concurso interno para así obtener un representante. Así que, apremiada por el inspector de la zona, cuya pretensión era que ninguna escuela se abstuviera de participar, ese mismo día tenía que acudir con un alumno de su plantel. Consultó con mi profesora y, como ella atendía el sexto grado, decidió que yo representara a esa primaria perdida entre los cuarteles militares,donde la mayoría de los alumnos eran hijos de soldados.
    ¿Qué la llevó a recomendarmepara la ocasión? No era buen orador y por mi culpa la habían reprendido groseramente. Además, era un muchacho latoso, peleonero y quele gustaba poner espejos bajo las piernas a sus compañeras. Sólorecuerdo un detalle que tal vez la decidió: días antes nos había solicitado escribir una composición. A mí me gustaba terriblemente por ese entonces una canción del francés Hervé Vilard (“Quién puede odiar y amar”) y en mi redacción incluí algunas palabras de ese tema. Esto le agradó sobremanera, pues recuerdo que comentó con otra profesora mi texto, especialmente por el uso de términos como “diluye”, “niebla”, “andén”, nada comunes en el vocabulario de un niño de sexto año.
   Pues allí iba con la directora. Ella me aleccionaba y decía que hablara de algo que hubiera visto o leído recientemente. En el alto de algún semáforo me acomodó la corbata. Usábamos un horrible uniforme militar color beige que incluía la cuartelera. Yo me la ponía y por eso tuve mi primera pelea. “Miren al soldadito, miren al soldadito” dijo burlón un tal Garibay, y allí empezaron los golpes. Pero, apenas llegamos donde era el concurso,me señalaron mi turno y el tiempo del que dispondría. Jamás había participado en un certamen de oratoria ni mucho menos había recibido entrenamiento para hablar en público o tenido tiempo de preparar mi discurso. Así que sin más pasé al frente, recordé un texto sobre Abraham Lincoln que había leído recientemente y sobre eso hilvané mi intervención.
    Cuando regresamos la directora no cabía de contento. Ella misma reconocía: “sin ninguna preparación previa, salvo mis buenas recomendaciones”, el alumno había obtenido “un honroso” segundo lugar. De inmediato cambió su percepción hacia mi maestra y hacia el alumno latoso que yo era. Así que cuando otras veces se requirió enviar un representante a participar en  concursos como “La Ruta Hidalgo” o “La Ruta Juárez”, allí iba yo como enviado de esa primaria escondida entre los cuarteles del Campo Militar Número Uno, llena de alumnos pelones –como yo− a quienes debían rapar por tener la cabellera rebosante de piojos.
    Sin embargo, me di cuenta que pude despertar algún afecto en la directora. Ella era la esposa de un general, vivía en Tecamachalco y de inmediato se advertía la distancia que imponía con sus profesores, y más aún con los rapaces, mugrosos y maldosos que los alumnos éramos. Alguna vez me llevó a comer a su casa, y aún conservo un libro que me regaló por representar a la escuela: Los titanes de la oratoria.
Pero fue con mi maestra con la que se inició el más profundo afecto que hasta la fecha haya tenido por alguna o alguno de mis muchos profesores. Yo vivía en casa de unos tíos lejanos, solo, así que ellos eran también mis más severos tutores. ¡Ay de mí si se enteraban de alguna travesura! Recuerdo que por esos días llegó al salón Matilde, una condiscípula güerita cuyo único defecto era ser vecina y amiga de una nieta de mi tía. Matilde le platicaba a esa nieta lo que yo hacía en el salón de clases, y los fines de semana, cuando aquéllavisitaba a su abuela, le deslizabaalgunos detalles de mi comportamiento. Y entonces me llovían los regaños y algunos castigos, como dejarme sin desayuno o comida, y esto no lo podía tolerar. Cuando descubrí de dónde procedía la fuga de información, se lo comenté a la maestra. Le dije que Matilde iba de chismosa con la nieta de mi tía, y que ésta se encargaba de acusarme. Desde luego, la maestra me defendió: regañó a Matilde, le dijo que cuando ella tuviera algo que reportar lo haría directamente y no necesitaba que nadie anduviera contando mis travesuras. Matilde cerró el pico, nos volvimos amigos y hasta jugamos a ser novios durante un tiempo.
    Pero allí no acaba la historia. Al terminar la primaria mi padre pensó que debía regresar con él a trabajar, pues con esos estudios tenía suficiente para el campo. La maestra dijo que no. “Debes continuar estudiando”, me animó, “estás muy chico para trabajar, tienes que seguir preparándote”. Trató de conseguirme una beca, me recomendó la que considerabauna buena secundaria y no me soltó hasta inscribirme en ella. No sé cómo lo hacía. Tenía cuatro hijos que atender, dos de ellos de una edad aproximada a la mía, aparte sus obligaciones como profesora, y aún se hacía tiempo para ayudarme.
     Con el ingreso a la adolescencia uno se vuelve más ingrato, tal vez por la cantidad de vivencias que debe enfrentar. En la secundaria conocí nuevos amigos. Formamos un grupo de teatro y musical para cantar canciones “de protesta”. Asistí a mítines y manifestaciones, pues mi secundaria quedaba cerca del llamado Casco de Santo Tomás, donde están muchas escuelas del Politécnico Nacional; también cerca de la Escuela Nacional de Maestros y de la Normal Superior, así que el ambiente politizado que allí existía pronto me contagió. Además, debo precisar que estábamos en el año 1970, recién pasado el 68. Por todo eso olvidé a la maestra durante los tres años de mis estudios de secundaria, aunque al concluirla fui a llevarle mi certificado para mostrarle que sus esfuerzos habían tenido un resultado.
    Entonces ya nada podía hacerme regresar al campo, peroseguramente ella me animó a realizar mi examen de ingreso al bachillerato. No sé si fui a verla cuando lo concluí, perosabía que ella seguía allí, soportando e impulsando a muchachos peleoneros como yo. Estudiar la licenciatura fue algo casi automático; cuando la concluí y escribí mi tesis profesional la dediqué a ella y a mis padres; a falta de una familia y una madre aquí en la ciudad, le presentémás de una novia con la que pensé casarme para queme diera su opinión. Con prudencia y tacto, siempre supo dejarme a mí la decisión. Por eso, cuando conoció a la que hoy es mi esposa, no tuvo para ella más que palabras elogiosas. Me volví un periodista especializado en dirigir y editar revistas; durante los años que edité una de belleza y modas, a la que procuraba sazonar con temas culturales, le enviabaun ejemplar de cada número, un poco para agradarla y otro para saber cómo la calificaba. Cuando me casé estuvo en mi boda y cuando nació mi hijo fue su madrina. Así que de maestra pasó a ser mi comadrita.
    ¿Cómo se mantuvo y fortaleció esta amistad a lo largo de tantos años? Gracias a su sabiduría, paciencia y bondad, sin duda. Pero desde aquel suceso con que inicia esta remembranza la consideré una figura tutelar. No podía comprender cómo alguien, con todo el derecho y autoridad para llamar la atención a un rapaz mal portado, omitiera hacerlo, no por obsecuencia o indiferencia, sino porque sabía que ese niño necesitaba sólo un poco de comprensión y cariño. Por eso el muchachito de aquel entonces,y el adulto de hoy, encontraban y encuentran en su maestra algo más que una figura amistosa o amable, hallan en ella algo así como una sombra protectora que sólo los buenos padres saben dar a su descendencia. Menuda, delgada, con el cabello siempre rizado enmarcando un rostro sonriente, en mi maestra no veo el paso del tiempo. Por supuesto que era mucho más joven cuando nos conocimos; claro que sinsabores, alegrías y decepcionesle han dejado su impronta; claro que el implacable tiempo no le ha sido indiferente, pero ante mi mirada es la misma que un día me hizo notar cómo mi voz empezaba a cambiar de tono.Tal vez son las raíces de su antigua raza las que le dan esa fortaleza, sabiduría y generosidad que hoy aún tenemos el privilegiode disfrutar.
Ella y su esposo conocieron la satisfacción del deber cumplido. Al igual que millares de mexicanos, en su juventud tuvieron que dejar su terruño hostil para aspirar a una vida menos difícil; con esfuerzo, dedicación y honestidad la lograron, y aun han sido capaces de compartir sus logros. Han servido a su pueblo, a su familia y a sus amigos. Trabajaron duro, cumplieron y vivieron juntos parte del apacibletiempo del retiro. Vieron casarse a todos sus hijos, con sus contratiempos y frustraciones, como es normal en esta época; supieron ganar ese estado casi de gracia que es ver nacer, crecer y disfrutar a los nietos (mi hijo, sin serlo biológicamente, tuvo la fortuna de ser parte de alguna camada), y aun hoy ella sigue viajando para convivir con ellos de tanto en tanto, pues viven desperdigados en dos o tres ciudades.
    El año pasado murió su esposo, casi de la misma edad de mi padre, que temerariamente se adentró en los noventa después de una vida agitada y dura. Cuando llamó para avisarme, la voz de mi maestra sonaba tranquila, resignada. Me dijo que por la mañana lo habían sacado al jardín para que tomara el sol, después entró en la casa, comió algo y luego pidió que lo llevaran a acostar. Allí se quedó, en ese tránsito del sueño al día sin ocaso al que todos llegaremos alguna vez. Ella le sobrevive serena. Vive un tiempo aquí, otro donde sus distintos hijos, nietos y biznietos la requieran. Nos llamamos constantemente y nos encontramos cada vez que podemos. Estuvo en la presentación de una revista que edité con otros colegas profesores y en la de mi primer libro de relatos. Tengo planeado ser mayordomo del pueblo donde nací, y es la primera persona a quien invitaré para que disfrute de esa fiesta. No por nada se dice que las palabras marcan el destino de una persona. Escribir estas líneas me hizo recordar esa canción que tanto me gustaba cuandola conocí, siendo un niño, sin saberque mi vida quedaría entrelazada con la suya. Parte de esa canción dice así:
“En la niebla gris se diluye el tren
y un gesto de adiós muere en el andén.
De pronto sentí odio y soledad
Y sin yo querer, te grité:
Quién puede odiar y amar,
Y decir en aquel adiós,
Cuando el tren tiene que marchar
Y a la vez reír, cantar y llorar…”
Hervé Vilard

¡Muchos años más de vida y felicidad para mi maestra, María Enriqueta Lara Hernández!
México, Distrito Federal, julio de 2013

NOÉ AGUDO

Creatividad




Trabajo colaborativo





Al maestro con cariño












Enemigo de clase







La Jungla de Pizarra





Educación en Mexico




La Educación del futuro. Una propuesta...



La Clase






El sistema de Educación en México





La Educación Prohibida




Aprender a Aprender





Propósitos e intereses


Ethos, pathos y logos, otra vez desiderata

Como alguno de nosotros lo expresó en la reunión de este seminario, es en los días finales del mes velardiano (junio) cuando se abre esta ventana al conocimiento, tanto el que daremos como el que obtendremos, y tiene su punto de inicio en una de las más extraordinarias labores creadas por el ser humano: la educación, en particular la del bachillerato del CCH.
    No es nuestra meta replicar las opiniones que sobre el tema varios actores han emitido, algunos sin un ápice de información, en el puro estilo que nosotros llamamos “valor mexicano”. No, nada más alejado de nuestros objetivos; por el contrario, queremos explorar los distintos factores que inciden en la formación de los adolescentes que a menudo desconocen o carecen del instrumental cognitivo, lo cual los compele a un rendimiento académico deficiente. A diferencia de unos pocos, “los mejores”, la mayoría no adquiere los conocimientos, aprendizajes y habilidades necesarios para el trabajo intelectual.
    La importancia de la labor que nos proponemos es que pretende descubrir y conocer −para entender− por qué no todos los estudiantes de este sistema de educación media superior son buenos o sobresalientes. Descubrir, conocer y entender esa vertiente que las estadísticas dejan de lado, aunque sean las causas determinantes que explican el bajo porcentaje de acreditación.
    Con el estudio exploratorio haremos posible entender y explicar la vertiente subjetiva, y por lo tanto personal, de nuestros sujetos de estudio. Un tema que no ha producido sino unos pocos productos insuficientes para comprenderlo, lo cual indica la relevancia y pertinencia de la tarea.
    En la comunicación educativa entre alumnos y profesor media una amplia serie de interpretaciones y significados, tanto sociales en general como familiares y propios del habitus productor de conocimiento. Estos elementos pasan desapercibidos en la práctica diaria, como si ser maestro fuera uno y todos igual, o como si los estudiantes no fueran diferentes.
    Es importante conocer este aspecto subjetivo y personal, pues estamos convencidos de que cada estudiante percibe, interpreta y construye la realidad cognitiva desde un punto de vista particular y por lo tanto diferente, aunque todos tengamos un mismo referente. Esto nos da la posibilidad de pensar y actuar parecido o casi igual en el ámbito social, donde nos movemos.

    Saber qué tanto incide el ethos, el pathos y cómo construye el logos el estudiante del CCH en su aprendizaje; ésa es la tarea que nos hemos propuesto, y estas ventanas del ciberespacio nos darán la oportunidad de hablar y escuchar a nuestros seguidores, como tú, lo cual deseamos fervientemente.